
Juan Bautista Flórez es un hombre de baja estatura y un corazón grande. Siempre lleva una sonrisa en su rostro. Él hace parte de las 258 familias a quien el proyecto hidroeléctrico Ituango restituyó sus condiciones de vida. Después de seis años de haber iniciado este proceso, Juan Bautista cuenta cómo le cambió la vida, aunque le parece que todo hace parte de un sueño.
La minería en las playas del río Cauca era su fuente de trabajo, allí tenía un “cambuche” de plástico como la mayoría de barequeros. Su esposa y once hijos residían en la vereda Mote, del municipio de Ituango, en una vivienda, en calidad de préstamo, construida en madera y teja de barro, con pisos de tierra.
De esa época solo conserva los recuerdos y la batea que lo acompañó durante ocho años, con la cual sacó el oro para llevar el sustento a su hogar. “La conservo porque me dio la comida y me la está dando, esto es un tesoro que todos los barequeros que hayamos sido agradecidos con la mina y con el proyecto, debiéramos tener”, expresa Juan con orgullo mientras exhibe su tesoro de madera.
No fue un proceso fácil porque Juan siempre se había dedicado a la minería, pero con dedicación y perseverancia aprendió a labrar la tierra. “Decidí conseguir esta parcela porque yo no tenía más opciones, yo no soy tipo de negocios, la labor mía era la minería, entonces me pareció que comprando esta tierra sería más fácil para mi aprovechar la plata que el proyecto nos había brindado. Fue durito, pero aprendimos a trabajar gracias a mi Dios”, señala Juan.
Ahora Juan es dueño de un predio en la vereda Los Galgos, municipio de Ituango, donde se dedica al cultivo de café y cuenta con una vivienda de material, con servicio de energía y con un sistema de abastecimiento de agua propio, y dispone de espacio suficiente para albergar a todos los integrantes de su familia.
Juan se levanta todos los días, coge su machete y se va a desyerbar el “cafecito”, a sembrar alguna mata de plátano, o a recoger los granos de café. En el predio tiene de todo un poco: yuca, fríjol, maíz, naranjos, limones, cerdos y gallinas. Es el resultado de su esfuerzo y del acompañamiento recibido durante el proceso de restitución de condiciones de vida. “La asistencia que nos brindó la empresa fue excelente; nos asesaron sobre lo que teníamos que hacer y lo qué no teníamos que hacer”, expresa Juan.
Al lado de Juan, siempre ha estado Olga Eugenia Oquendo, la luz de su vida y la de sus hijos, como él mismo dice. Ella ha sido su compañera de lucha, para conseguir lo que ahora tiene. “En este nuevo lugar me siento muy feliz porque tengo a mi familia reunida, porque todos los días me levanto y sé qué voy a hacer, a criar mis animales, a hacerle el desayuno a mis hijos, a un trabajador, si lo tengo”, cuenta Olga.
Lo que más agradece Olga es tener tiempo y lugar para dedicarse a su huerta y a su jardín, por eso su casa está rodeada de hermosas flores coloridas, a quienes quiere al igual que a su esposo, a su familia, y a todo el que llegue a su hogar, porque quiere a todo el que se deje querer.
Juan tiene muchos sueños, pero el más importante de todos es poder dejarle algo a sus hijos cuando él ya no esté. Él no desfallece en su esfuerzo diario porque está convencido de que tener una vivienda y un pedazo de tierra es el mayor tesoro que se puede encontrar.
Fuente:
Gerencia de Comunicaciones Externas y Mercadeo
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